La ocupación significativa, un tránsito hacia la resiliencia

                  Durante las próximas entradas en este blog, definiremos el papel de la ocupación en el proceso de resiliencia a partir del estudio de la respuesta del ser humano frente a la adversidad.  Un proceso que, de manera didáctica, se puede estructurar sobre el eje de la adversidad en tres momentos: antes, durante y después de la adversidad[1].         Así, la ocupación se configura como un tránsito hacia la resiliencia, dado que involucrarse en ella sitúa al individuo en un contexto positivo mental y emocionalmente sano, en el que se redescubre a sí mismo como alguien capaz de sobrevivir y de aportar socialmente. La contención de la expresión del dolor, la posibilidad de adquirir nuevos roles y de experimentar bienestar a través de la ocupación, así como la oportunidad de establecer vínculos sanadores con otro ser humano en un contexto confiable,  posibilita la recuperación del sentido y la reanudación de la vida a pesar de la agonía psíquica presente en situaciones generadoras de trauma. 

Estar involucrado en una actividad es una experiencia sanadora y por ello un tránsito hacia la resiliencia.

                  Si ahondamos en las historias de resiliencia documentadas y en aquellas que nos rodean, el momento de reconstrucción tras el daño, ese reiniciarse a partir de las cenizas, habitualmente sucede a través de un hacer, de una puesta en acción que nos permite volver a actuar e interactuar con el mundo. De esta forma, involucrarse en una actividad que la persona, desafiada y dañada tras la vivencia generadora de trauma, ha elegido y decidido llevar a cabo, posibilita un bienestar durante el que generar una nueva narrativa, más allá del dolor y el daño. En ella, a pesar del daño, a pesar de los pensamientos intrusivos, a pesar de la desconfianza en el ser humano, le resulta posible sentirse capaz . Y esos instantes en los que su desempeño ocupacional le permite fluir y modificar en algún grado su entorno, pueden ser el impulso que le permita sentirse nuevamente digna y capaz, merecedora al fin y al cabo de la vida, por mucho que ésta le haya traicionado.

Cuando hablamos de que en el proceso de resiliencia hay un rehacerse, podemos darle un nuevo sentido bajo el prisma de la ocupación.  No sólo se trata de reconstruirse a nivel personal, sino de retomar el hacer (re-hacer) como camino para trascender el dolor y la pérdida, como catalizador de resiliencia.

                  Por otra parte, involucrarse en una actividad puede ser una oportunidad para vincular con otras personas.  Ahí cobra una especial importancia la detección de intereses comunes.   Porque hacer junto a crea un hilo invisible en el que, a veces sin palabras, te sientes unido a quien comparte tu actividad.   Y en ese momento, el efecto de la ocupación trasciende la propia tarea para convertirse en un vehículo para la reconstrucción, en la que el individuo dañado vuelve a sentir la presencia del otro, una presencia (en estos momentos incluso virtual), que le recuerda que es alguien digno de ser mirado, escuchado, sentido.  Y allí donde no llega la palabra, la implicación en la tarea permite encontrar un sentido a lo sucedido, ubicar el dolor y reiniciar la transformación. 

                  Ahora bien, podemos caer en la tentación de considerar categóricamente que determinadas actividades son las que posibilitan esa reconstrucción.  Esta tendencia de los profesionales de realizar catálogos y guías nos llevaría a enumerar las actividades generadoras de resiliencia.  Si bien está documentado el beneficio y el efecto neurológico de algunas actividades de una manera general (como la escritura, la pintura, la relajación, etc), desde la experiencia acompañando procesos de resiliencia constatamos que no se trata únicamente del tipo de actividad, sino en gran medida de otros factores que nos aventuremos  a definir en el siguiente post.

                  El siguiente gráfico resume nuestra propuesta, reconociendo el lugar fundamental que ocupa  la ocupación significativa tanto en la oportunidad del establecimiento de un vínculo como en la posibilidad de otorgar un sentido a lo sucedido, ambas cuestiones claves para que se inicie un proceso de resiliencia. 

Fuente: ADDIMA

Terminamos con una propuesta para reflexionar y, por supuesto, debatir:

Entendida la resiliencia como un resistir y rehacerse frente a la adversidad, podemos considerar que la resiliencia ocupacional es ir más allá del estar ocupado, es utilizar la ocupación como resorte que nos permite reconstruirnos y renacer de entre nuestras propias cenizas a pesar de los golpes.   Es la oportunidad de descubrirse capaz, de iniciar esa creencia en podemos atravesar el dolor y resetear nuestras vidas .  De sobra sabemos el efecto que la ocupación tiene en nuestras vidas, pero nos consta que en momentos en los que todo parece perdido, la oportunidad de ocupación se convierte muchas veces en el catalizador que hace posible el cambio, la reconstrucción.  No solo como vehículo para expresar el daño, también como momento para demostrarnos que somos capaces de modificar nuestro mundo, que somos protagonistas de nuestra historia aunque sea en el breve espacio en el que fluimos.   La fuerza de esa experiencia de logro, de esa sensación placentera de ser artífices de algo es muchas veces la llama que prende nuestro recuerdo y nos reconecta con nuestra necesidad de vivir.  

Y hasta aquí nuestro miszible de hoy.  Te esperamos en el próximo post, 
en el que profundizaremos en los factores implicados en la ocupación como catalizador de resiliencia
.


[1] Puedes encontrar más información al respecto en el Manual de resiliencia aplicada, de Rubio y Puig publicado por Gedisa.

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